Es un 24 de agosto de 2014, aunque bien podría ser cualquier domingo, de cualquier verano, de un año cualquiera. Pese a que son las diez de la mañana, el calor empieza a apretar, con lo que antes de que pegue más, me voy a entrenar. Salgo a hacer un pequeño recorrido, por la margen derecha del pantano, mirando desde la capital de esos parajes: Sacedón.
Lo que un día fue la playa del Mar de Castilla, presenta un aspecto desolador. Por un lado, una gran extensión de terreno, sin agua. El suelo está desgajado y agrietado por una sequía agravada desde el Levante con sus constantes peticiones.
Por otro lado, se juntan y entremezclan juncos, piedras, cardos, botellas, plásticos, excrementos de oveja, algas secas y cieno. Es un amasijo desagradable y pestilente, que delata abandono y dejadez a partes iguales.
Aun así, hay algunas zonas que aparecen bien conservadas y es en ellas, donde grupos de coches se agolpan. Cuatro por aquí, seis por allá, dos un poco más allá. Los ocupantes se van esparciendo por la orilla, con sus hamacas, sillas, toallas, cañas de pescar y demás “achiperres”.
Continúo con mi entrenamiento, pasando más allá de las Brisas y de Peñalagos. Veo muchas embarcaciones e incluso más allá, la antigua nevera de la zona, que en poco tiempo estará totalmente al descubierto.
Es una pena, que no se pueda o no se quiera hacer nada por la zona. Marcar los caminos, crear zonas de sombra, allanar por algún sitio, limpiar, desescombrar, echar arena, etc. NADA de NADA y después NADA.
Tenemos una comarca, con un entorno precioso, un auténtico paraíso echado a perder. La pérdida no es solo desde el punto de vista ambiental o paisajístico. La pérdida es económica y humana. Los negocios de la zona se resienten (aún más), con lo que el único camino que queda para la subsistencia es la emigración y la continua despoblación.
Sigo corriendo y de fondo escucho clarines y timbales. Avisan de un cambio de tercio. Se pide un nuevo trasvase. Es la hora de la verdad. Van a entrar a matar. Matar a Entrepeñas. Me temo que terminará como los de aquella película española de Juan Bosch, protagonizada por Fernando Sancho y María Pia Conte: en una fosa cavada por los buitres.
No quiero ser injusto con los regentes de las instituciones locales, sino más bien al contrario. Por más cambios de color que ha habido en las mismas y por más que lo han intentado y lo intentan, nada consiguen. Los de ahora lo han hecho de una manera, los de antes de otra. Entiendo que todos con su mejor saber y entender, con su mejor intención y voluntad. Pero por desgracia el resultado ha sido el mismo: NADA de NADA y después NADA.
Siento una profunda tristeza, una gran pena y frustración. Noto que, como diría Unamuno, ¡ME DUELE ENTREPEÑAS¡
Que la fuerza os acompañe.