Hace mucho, mucho tiempo, cada vez más, que en aquellos tórridos veranos que pasaba en mi Puente del Arzobispo natal, mi abuelo José me llevaba a su lugar de trabajo, «La Médica». Y «La Médica», para el que no lo conozca, no era otra cosa, que una extensión de tierra a orillas del Río Tajo, donde cultivaba de todo. Si, de todo, o al menos eso parecía a la vista de un niño de 6 o 7 años, al que montaba, delante de él, en la albarda de su burra y de vez en cuando le dejaba llevar el ramal.
Recuerdo, que me gustaba cuando me llevaba a ver las vacas y como las torturábamos intentando que yo las ordeñara. También me gustaba, cuando me explicaba lo que hacía, para tener alfalfa casi todo el año o cuando me contaba lo de las coles «marceñas» o «navideñas».
Pero siempre, lo que más me impresionaba era la fuerza de las mulas. Tenía dos pares y cuando se ponía arar, las llamaba por su nombre, haciendo surcos tan rectos que parecían hechos con escuadra y cartabón. Yo le esperaba al final, le daba el botillo, echaba un trago y continuaba. A veces se paraba y me relataba una anécdota sobre cuando compro a la «torda» o cuando cambio a la «salmantina» por una vaca lechera y un cochino.
Y yo le preguntaba cosas, no paraba de preguntarle. Y la pregunta que siempre salía era la del trabajo. Yo la había oído en casa muchas veces, tanto la pregunta como la respuesta, pero me gustaba volverlas a oír:
-Abuelo ¿por qué trabajas todos los días del año?
Él me miraba, sonreía y siempre decía lo mismo.
-Hijo mío, cuando me casé con tu abuela, en el año 29, no teníamos nada, nada de nada, mi padre me pagó la boda y mi suegro, me regaló dos sillas, una mesa y un mes de alquiler en una casa. Tu abuela y yo dijimos, que cuando tuviéramos hijos, les debíamos dejar algo más que lo que nos habían dejado a nosotros y para ello solo conocíamos un camino: trabajar.
Trabajar a diario, fuera el día de la Virgen, el de Navidad o el de la Pascua. Míranos ahora, tenemos poco, unas cuantas tierras, dos casas y unos cuantos animales. Pero si no nos hubiéramos esforzado, sino hubiéramos trabajado tanto, no tendríamos nada. La vida, te digan lo que te digan y te cuente lo que te cuenten, se compone de trabajo y de esfuerzo, que no se te olvide.
Yo intento que no se me olvide, pero… Estoy seguro que si mi abuelo viviera hoy se reiría cuando decimos que un dependiente de un bazar chino no vive la vida. Dependiente que está sentado en un local, sin frío ni calor, sin granizo ni heladas. Se reiría cuando decimos que cómo puede estar ahí todos los días del año, cuando él no tuvo vacaciones más que el día de la boda de sus dos hijos. Y seguramente lloraría cuando nos quejamos de lo mal que estamos. Y es que se nos olvidan muchas cosas.
Que la fuerza os acompañe.