Y pasó el puente de todos de los Santos. Tiempo de asar castañas, de ver hojas por las calles, de vientos y lluvias. Tiempo de las primeras heladas que vendrán. Y tiempo de malas noticias por doquier.
A nivel nacional, el paro marca récords, mes tras mes. Miedo da mirar el siguiente semestre. Nuestra deuda en un diferencial cercano a los 400 puntos básicos y subiendo. Nos amenazan (¿?), con que España puede entrar de nuevo en recesión, cuando realmente nunca hemos salido de ella. Nuestras entidades financieras, están casi todas hechas unos zorros. Con un montón de “cositas” en su balance con un valor total y absolutamente irreal, pero que no pueden sacar del mismo (del balance), puesto que estarían casi en quiebra y con filas de gente para pedir su dinerito. El crédito sigue sin fluir, sin llegar a la pequeña empresa y sin llegar a las familias.
Por su parte a nivel internacional, Grecia amenaza un día con un referéndum, otro día con un nuevo gobierno de concertación nacional. Italia, está hecha una auténtica calamidad (más que nosotros, incluso). El G-20 se reúne, más con la esperanza de intentar salvar algo, que con la de poder hacer algo. El nuevo presidente del BCE (vaya momento de acceder al cargo), rebaja los tipos, aunque reconoce, que igual se le dispara la inflación un pelín. Son medidas desesperadas. Intentos de taponar la hemorragia.
Y en este caldo de cultivo, llegan las elecciones. La gran fiesta de la democracia. Nuestros candidatos y nuestras calles se engalanan, se llenan de cartelitos, de promesas (que no cumplirán en casi ningún caso), de mítines electorales a los que acude, la gente que acude, con un fervor y euforia solo comparables a un gol de Cristiano o de Messi.
-No habrá subidas de impuestos.
-Vamos a acabar con el paro.
-La culpa es de zetano y de perengano.
-Cuidado que vienen los azules o los colorados.
-Vamos a sacar a este país del atolladero.
-Hay que hacer un Plan Marshall.
-La luz del final del túnel y los brotes verdes, vienen conmigo de la mano.
Estas y otras lindezas, similares o “sinagogas” (que dice un amigo mío, por considerar la palabra sinagoga, sinónima de sinónimas), las escucharemos repetidas varias veces en estos días. Pero será más importante lo que no oiremos, porque no nos lo dirán.
No nos dirán porque no les interesa, que no sabe nadie como meter mano a todo este tinglado, ni aquí ni en el resto del mundo. Y que vamos a pasar 2 o 3 años (al menos) de calamidades, pagando más impuestos, con más paro y más recortes del estado del bienestar, porque no ven otra opción.
Y tampoco nos dirán, porque, aunque es lo que deberían hacer, no lo van a hacer, tratando de poner sus posaderas a buen recaudo, e intentando que nosotros nos apretemos el cinturón y nos bajemos los pantalones a la vez, que:
-Hay que hacer un gobierno de concertación nacional y olvidarse del color del que manda hasta que esto pasé.
-Hay que racionalizar (que no tiene porque ser sinónimo de recortar) la “cosa pública”.
-Hay que arrimar el hombro, entre todos para intentar salir con el menor daño posible.
-Cuando acabe la crisis, seguramente nuestra economía estará al nivel económico que tenía a principios de los 90, que igual es nuestro verdadero nivel.
Habrá que tener la cabeza fría y no dejarse llevar por la corriente, puesto que alguien dijo que “solo siguen la corriente, los peces muertos”, que la fuerza os acompañe.