Todos sabemos que las trampas han existido, existen y seguirán existiendo. Teniendo además la particularidad de que son cuasi divinas, esto es, están en todas partes.
Ya en la Biblia, se habla casi con admiración de la figura de un tramposo, que en un “trapi», cambia chuleta por sardina, digo reino por plato de lentejas. En el Imperio Romano fueron todo un arte con envenenamientos, traiciones y puñaladas de todo tipo y condición.
Y ya en tiempos más modernos, en ese sustitutivo del arte de la guerra que es el deporte, las trampas aparecen por doquier. Sin ir más lejos, en el fútbol. El Barcelona, no conforme con tener a Messi (que ya es trampa suficiente), se empecina en reducir la diferencia en la liga con el Madrid, para que sigamos aguantando a Mourinho (entrenador trampa para su propio equipo).
Tramposos legendarios ha habido y habrá, como Lance Armstrong (por fin cantó la gallina, aunque no completa) o alguno más que anda por ahí compitiendo y que, esperemos, que antes de que cuente batallitas a sus nietos, cante también todo lo que sabe, aunque visto quién es, no sabemos si cantará o más bien contará, puesto que creo que su apellido es Conta…ble (¡anda, como los sustantivos en inglés!).
En el mundo de la economía, las trampas surgen a borbotones, cuales geiser en el parque de Yellowstone. Y aunque tengamos la poca inteligencia del más legendario habitante de dicho parque (el Oso Yogui), nuestra mente se tirará (cual gato a bofe) a las “Cecemes», “quieres ser banquero, con K», burbujas diversas, desahucios y cuestiones similares.
Pero en el mundo económico, también nos podríamos fijar en las trampas que hacen los propios gobiernos. No, no me refiero a maquillar el déficit, aunque también. Si no por ejemplo en lo que pasaba en “yanquilandia», que cansados de darle a la maquinita de imprimir billetes verdes, querían acuñar una moneda de un billón de dólares, para pignorarla y saltarse la pertinente aprobación del poder legislativo.
Aunque todos estarán conmigo que donde más trampas se hacen con diferencia es en el mundo de la política. Si pensamos, sin ir más lejos, en la financiación irregular de los partidos, rápidamente nos salen casos de todos los colores (Filesa, Gürtel, Pallerols, Campeón, etc.), pero con el mismo y desagradable olor.
Ahora tenemos un nuevo episodio en este apartado: Bárcenas. Adalid del ingenio, con el don de la ubicuidad, que lo mismo es senador que tesorero de un partido, que empresario capaz de amasar 22 millones de euros como el que oye llover, amén de avezado esquiador en el país donde guardaba sus “perrejas».
Y es que con cuatro Bárcenas, ni paro ni leches, arreglábamos este país y subíamos la renta per cápita al nivel de Noruega en cuatro días. Y hablando del cuatro, esta tarde intentaré coger cuatro reyes, no por ser yo borbónico precisamente, sino más bien por seguir ganando al mus, como llevo haciendo de manera ininterrumpida desde 1985. Mundo este del mus en el que también prolifera algún tramposillo que se cuenta de más, hace paquetes o pasa alguna seña falsa. Aunque conmigo, no le vale. Cuando termina la partida en El Faro, el rival ya sabe el camino: ¡a pagar! Que la fuerza os acompañe.