Frente a frente, la llave y el buzón. La primera abre al segundo y éste escupe lo que tiene: El chino de la esquina, que ahora reparte a domicilio con un scooter los rollitos de primavera con salsa agridulce de camello con picatostes de ardilla.
La pizzería de toda la vida, que nos dice que los lunes son locos porque regalan unas alitas de pollo, los martes son fabulosos puesto que dan un bote de fanta, los miércoles son la leche porque pagas una y te llevan doce pizzas y así día tras día.
La vecina del quinto que se anuncia como: Mujer rumana se ofrece para limpieza, cuidado de niños o plancha.
8 ofertas para comprar oro, como si quedara oro en el barrio por vender.
La factura de la luz, del teléfono, del gas, de la comunidad. Y una carta del cole con una nueva excursión para ver la nidación de las avutardas en otoño: 15 euros por niño.
Y, claro, la notificación del desahucio.
Es el momento. Atrás quedan días de risas, de ilusión, de visualizar mentalmente cómo quedarán los muebles o las cortinas. El señor de la inmobiliaria y el director de la Caja, que decía aquello de “es mucho, pero de todo se sale», a la vez que firmábamos el seguro de vida, el plan de pensiones, cuatro tarjetas de crédito y el aval de los abuelos.
Y tenían razón. Ahora, 7 años, 5 trabajos y 8 prórrogas del paro después, es cuando vamos a salir y de qué manera.
Con sábanas haciendo de pancartas por las paredes, con la policía, la tele y toda la prensa. Y con el apoyo de todos los partidos y sindicatos del mundo mundial, que pese a que estaban en los Consejos de Administración de la Caja que concedió el préstamo, nada dijeron y nada hicieron entonces y vienen ahora, a rapiñar afecto y votos en nuestra desgracia.
Que la fuerza os acompañe.