En muchas ocasiones me han tildado de machista. Supongo que será porque lo soy, aunque yo quiero creer, que más bien lo era. Puesto que, como tantos y tantos de mi generación, he tenido en muchas ocasiones la “mirada sucia”. O sea, además de valorar a una mujer como persona, la valorábamos físicamente.
Bueno, realmente, si he de ser sincero, en la frase anterior, el “además” sobra. Esto es, primero valorábamos a una mujer físicamente y luego ya, siempre después del lógico reajuste hormonal que se produce, una vez que los cuerpos cavernosos se han liberado de la sangre que sujeta la túnica albugínea, comenzábamos a valorarla como persona.
Pero quizá hayan sido los años (con los cuáles, todas las pasiones se aplacan) quizá la madurez (aquellos que la hayan alcanzado) quizá la educación recibida (por suerte no somos de la ESO) o quizá alguna otra cuestión, pero el caso, es que yo mismo (los de mi generación también), hemos aprendido (o estamos en ello), a valorar a las mujeres primero como personas y por tanto a tratarlas como tales y por supuesto como a iguales, cuando no como a superiores.
También he de reconocer, que todos los hombres, maduramos solamente hasta los doce años, con lo que después de esa valoración, (siento reconocerlo, pero como decía antes, he de ser sincero), empezar a hacer distinciones y comentarios “seudojocosos” y casi siempre lamentables, sobre tamaños, curvas, sonrisas, tallas, ojos y demás vicisitudes corporales, que intentan colmar, cuando no desbordar nuestra imaginación y más en el tiempo atmosférico que se nos viene encima, en que la ligereza comienza a imperar en la vestimenta.
Pero lo que me llama la atención de sobremanera, es que aquellos que han crecido en un ambiente de igualdad (o al menos de casi igualdad, porque por desgracia, todavía queda mucho camino por recorrer en ese campo), vengan con tics machistas, más propios de una España casposa, cutre y hortera, como la que nos tocó vivir en nuestra infancia, que en una Europa del siglo XXI, como entiendo que es Eslovaquia.
Como alguien pudiere haber supuesto, estoy hablando de Peter Sagan, ciclista profesional, nacido en 1990, que el pasado 31 de marzo, se permitió, lo que él definía como “broma”, tocando literalmente el culo a una azafata que le entregaba un ramo de flores en el Tour de Flandes.
Pero lo que más me indignó, no obstante, no fue su lamentable actitud, que también. Sino el comentario que al respecto hizo en Radio Nacional, un legendario juez de línea, cuyo mayor mérito, para trabajar en tal medio, es el de ser el receptor de la legendaria frase “Rafa no me jodas”. Este “personajillo”, trató entre risas de disculpar el agravio, diciendo que “igual no tenía otro sitio donde poner la mano”.
He dejado transcurrir un par de semanas, para evitar lo que me vino a la mente en ese momento, he atemperado ánimos, pero sigo considerando que no se debe permitir a un “señor” decir eso en una radio pública, sin echarlo inmediatamente.
Claro que esta es la humilde opinión de este Padawan, que reside en un país, donde todo el mundo puede y da lecciones de buen hacer, de respeto y de educación, empezando por la monarquía y terminando por la clase política. Que la fuerza os acompañe.