Rubalcaba a Rajoy.
– Tenemos que hablar.
– ¿Sobre?
– Sí.
– Tenemos que hablar.
– ¿Sobre?
– Sí.
Este chascarrillo pulula por toda la geografía española, en un afán de demostrarnos a nosotros mismos que casi nada nos importa y que seguimos siendo Quijotes, Chicotes o Sancho, que tanto monta.
Y que, además, no somos tan ignorantes como las mujeres de vida pública (que no mujeres públicas, aunque haya quien lo piensa), que veían impasibles, lo mismo en Marbella, en Barcelona o en Pozuelo de Alarcón, cómo entraban y salían bolsas con dinero, se compraban palacios o se celebraban fiestas de “fofitos» de miles de euros.
Y que, además, no somos tan ignorantes como las mujeres de vida pública (que no mujeres públicas, aunque haya quien lo piensa), que veían impasibles, lo mismo en Marbella, en Barcelona o en Pozuelo de Alarcón, cómo entraban y salían bolsas con dinero, se compraban palacios o se celebraban fiestas de “fofitos» de miles de euros.
Y también queremos demostrarnos que no nos hemos equivocado en confiar en un presidente del Gobierno que nos aclara que él nunca ha cobrado nada de manera irregular y que, además, lo puede demostrar, con sus declaraciones de renta y patrimonio.
Con lo que, si alguno estamos en un trámite de comprobación o inspección tributaria aportaremos, como prueba irrefutable de nuestra limpieza y honradez, las mismas declaraciones de hacienda a que se refiere don Mariano. Declaraciones que, al parecer, son una especie de salvoconducto, de prueba del algodón tributaria, que demuestran que uno no ha cobrado nada de manera irregular: ni en negro, ni en B, ni en sobres.
Y claro, hemos de suponer que Mariano Rajoy no incluyó, en sus declaraciones, lo que supuestamente cobró en los supuestos sobres. Aunque igual es suponerle una inteligencia y capacidad, lejos del alcance de Rajoy, con ese “manejo de los tiempos» que sus secuaces le atribuyen, quizá para ocultar lo que a otros nos pueda parecer una torpeza e incapacidad supina.
Pero el tiempo y Bárcenas pondrán a cada uno en su sitio. Mientras, no perdamos la esperanza de ver dimitir a la señora ministra de Sanidad. Parece ser que la pobre, como decíamos, veía trasiego de coches de lujo, de “fiestukys» y regalos por doquier, pero ella no sabía nada. Los motivos de la dimisión son claros, simples y meridianos, vamos, que podría entenderlos hasta Rajoy.
Si es cierto que es ignorante como ella sola, no vale para ser ministra. Si una persona no es capaz de saber lo que pasa en su casa, como para saber lo que pasa en un ministerio o en un país. Y si, por el contrario, es incierto y sí que lo sabía, además de mentirosa es, cuanto menos, cómplice, encubridora y una hipócrita de renombre, puesto que ella era la abanderada del código ético del PP a tales efectos.
No obstante, no nos queremos alterar en este febrerillo loco. Hemos dejado atrás San Blas y Jueves Lardero, con su olor a tortilla y con la marmota, que nos dice que se acerca la primavera, con su prólogo en las carnestolendas. Por tanto, dejemos volar la imaginación y démonos a la procacidad que, para ello, grandes maestros tenemos en nuestra clase dirigente.
Que la fuerza os acompañe.