Alucinado me encuentro, oyendo estas conversaciones sobre Chipre, según depositan latas de cerveza barata sobre mi persona. Yo, un simple azulejo, con sus dos cocciones, con su capacidad impermeabilizante, pero azulejo al fin y al cabo.
Yo, que estaba debajo de la placa que inauguró el Presidente de la Comunidad Autónoma, acompañado del Ministro de Fomento, del Presidente de la Diputación, de la Subdelegada del Gobierno, del Alcalde, de la Consejera de Obras Públicas, del Obispo, de la Concejala de Urbanismo, del Concejal de Infraestructuras y de todo su séquito, con sus coches oficiales (con sus correspondientes chóferes y choferesas), sus funcionarios y personal laboral, sus periodistas de cámara, curiosos, jubilados y hasta un perro pulgoso que pasaba por allí.
Sin embargo, con el tiempo, ese túnel, que en palabras del alcalde era un “ejemplo de ingeniería y que va a venir a solucionar de una manera definitiva los problemas de tráfico de esta insigne villa», devino en ineficaz, en tanto en cuanto no se construyera en la parte de la ciudad a la que conducía el túnel.
Parte de la ciudad, en la que sólo se urbanizó sin construir más que una caseta de ventas, hoy pasto de ratas y cucarachas. Con lo que el túnel se convirtió en zona de paso de parejas que iba a hacer sus ‘guarrerías’.
Y claro, un túnel en el que no pasa casi nadie, con un azulejo con mi prestancia, no podía durar mucho tiempo. He de decir, aunque pueda resultar petulante, que además de bien pulido y encarado, para azulejo soy grande. Y cuando quiero decir grande, me refiero a grande, pero grande de narices. Puesto que grande es un azulejo de un metro cuadrado.
Con lo que allí estábamos nosotros, simples azulejos, pero de grandes dimensiones. Y aquí, como en casi todo, el tamaño importa. Y así, antes de que fuéramos víctimas de grafiteros, a alguien se le ocurrió la feliz idea de hacer una mesa para la parcela de su adosado (yo diría más bien patio, puesto que son 25 m2, pero si dicen parcela, yo acepto pulpo).
Alguien, que había participado en la construcción del magnífico túnel e incluso había criticado el que nos usaran allí, como paramentos verticales, al módico precio de 127 euros la pieza, cuando con poco más de 300 euros se había cubierto el túnel con chapitas como toda la vida. Pero claro, en ese caso la obra no hubiera costado lo que costó, para mayor gloria de políticos, arquitectos, empresas e intermediarios y mayor ruina de todos los que terminarán de pagarla en el 2032.
Como decía, ese alguien, ahora en el paro y con problemas para pagar la hipoteca, se le ocurrió acercarse hasta el túnel, usar una barra de uña, que había “adquirido» en su último trabajo y con sumo cuidado (tan solo rompió otros cinco azulejos), nos “ahuecó» a mi vecino y a mí, y después de hacer unas patas con bloques de una obra inacabada, convertirnos en el “tablero» de mesa para barbacoas, cumpleaños, fiestukys y similares.
Y ese alguien estaba ahora despotricando sobre cómo la corrupción campaba a sus anchas, según se metía colesterol y cerveza en vena, con el dinero que había obtenido en la última “chapu en negro» que había hecho.
Que la fuerza os acompañe.