Todos sabemos que una oruga no puede pasarse toda la vida metida en el capullo. Puedo prometer y prometo y hasta puede que lo cumpla, que no pienso en nadie en el momento de escribir capullo, aunque cada cual fácilmente evocará en su mente a multitud de ellos.
Pero volviendo a la oruga, nuestra situación como país es muy parecida a la misma. Podemos datar nuestro nacimiento como estado moderno, una vez que salimos del franquismo. Poco a poco nos fuimos desarrollando, nos dotamos de una Constitución, de un Estado Autonómico, de unos Pactos de la Moncloa (auténtico referente, que en mi opinión deberían ser desenterrados a día de hoy), vivimos el primer gobierno de izquierdas, primer impulso económico, crisis hacia el año 92, nueva alternancia en el gobierno, tiempos del “Españavabien”, dolor y rabia en el 11-M, tiempos del “talante” y zas pinchazo de la burbuja y el chiringuito que se nos desmorona.
En este momento, estamos dentro de su crisálida (aunque técnicamente no es lo mismo capullo que crisálida, lo usaré indistintamente, puesto que queda más “guachy” crisálida y además no se suele usar como insulto o denominación) intentando reabsorber nuestros órganos juveniles, para desarrollar los de un ser adulto.
Ahora bien, hay algunas diferencias, una oruga cuando está en ese estado sésil, que se llama diapausa (pedazo de palabreja, en mi pueblo también la podríamos usar como usamos capullo: ¡Diapausa, que eres un Diapausa¡) no consume alimento alguno y está en estado de total inacción. A cambio, cuando finaliza su metamorfosis y se carga el capullo, sale con otras características distintas, que le permiten afrontar esa nueva parte de su vida. Que tentación eh: cargarse a un capullo y cambiar de características, para afrontar una nueva vida.
Sin embargo, nuestro país, no puede permanecer en estado de total inacción e inanición. La metamorfosis, no debería pasa por amputar todos los miembros del estado y dejarlo sumido en la nada. Más bien, debería pasar por eliminar todos aquellos miembros que no nos vayan a servir para adaptarnos al nuevo entorno. Eliminar el resto, sería como aquel que tiene sobrepeso y en lugar de eliminar la grasa de las cartucheras, se corta un brazo.
Podemos cortarnos los brazos que queramos (o que quieran). Podemos tomar un camino que nos lleve a ser un país de playas a rebosar de estudiantes nórdicos o británicos en lamentables condiciones etílicas. Podemos tomar un camino que nos lleve a ser un país que intenta competir con salarios con China o con Asia. Un camino que nos lleve a ser un país sin cultura, un país que cambia el ibérico por la hamburguesa.
O por el contrario, podemos tomar un camino que nos lleve a ser un país con el control de sus acciones. Un país que lo pasará mal tratando de salir de su capullo (no pienso en nada ni en nadie), pero que una vez fuera, verá la luz al final del túnel y esa luz, no será la de un camión que viene en sentido contrario. Y a día de hoy o tomamos el control con un acuerdo entre todos, o ese camión en forma de Troika vendrá hacia nosotros, cargado de billetes de 5 euros, para vendérnoslos a 8. Que la fuerza os acompañe.
Publicación en Página 4, en el periódico Dhenares.