Tengo un conocido que me dijo en cierta ocasión, que de vez en cuando es bueno hacer ayuno de noticias, que no es bueno levantarse, poner el telediario y atiborrarse de tragedias, corrupciones, fichajes, amoríos y puede que algún desvarío.
Con lo que, nada mejor que comenzar agosto, pasando de los temas que nos acucian y haciendo una definición de un curioso personaje de mi familia, mi primo Esteban.
El mencionado, es conocido en todo el pueblo, fundamentalmente por la escasez de su higiene personal, la mala leche de su mujer y su afición por el vinacho.
Con respecto a lo primero, he de indicar, que se rumorea, que ha de tener cierta alergia al agua, puesto que parece ser, que no se volvió a duchar desde el día de su boda.
Hecho este que le pilló ya siendo mozo viejo. Y claro a esa edad, lo hizo (lo de casarse, de hacer “lo otro” hablaremos más abajo), con mujer que no amaba (sentimiento este recíproco en ambos) y que se afano en amargar la vida de mi primo, con lo del agua. Él, que no podía comprender tal afición porque se duchara y tan poco apego por el contacto carnal, se echó en los brazos de Baco para los romanos o Dionisio para los griegos.
Con lo que, desde entonces, cada noche se acuesta con grandes raciones de caldo entre pecho y espalda. Lo que le permite dormir, roncar, ventosear y resoplar al lado de la desdichada. Aunque eso sí, solo hasta las tres en punto de la mañana, hora en la que suena la alarma de su “pulguiento” Casio F-84, no con el afán de levantarse a rezar maitines, sino de encaminarse a la cocina, con la resaca que el exceso de vino ha producido en su garganta.
Momento en el que, sacando una botella de agua fría de la nevera, se zampa un polvorón de la Estepeña, que tiene encima de la mesa de la cocina. Todo esto, llenando un vaso del líquido elemento, para bebérselo con ansia desmedida, cuando ya no puede soportar más, el paso de la ingente masa del mantecado por su garganta y está a punto de perecer ahogado. Para terminar por soltar un sonoro eructo y un no menos expresivo exabrupto contra el clero.
Cuando le veo, siempre me comenta de manera jocosa, que este es el momento más placentero del día (o más bien de la noche) de su existencia. Puesto que las pocas ganas de yacer de su esposa y su prominente barriga, le impidieron gozar de los placeres carnales, más que 6 veces en los 17 años que lleva de matrimonio. Motivo este, que quizá esté detrás del amargor de ella, a la que bien se le podría aplicar aquella canción de Sabina, cuando dice, “de ti para mí, que está mal…..”.
Que la fuerza os acompañe.